Gustavo Armijos
la tortuga ecuestre
la tortuga ecuestre
37 años de una aventura poética ininterrumpida
Por Juan Carlos Lázaro
A comienzos de los años 70, un grupo de poetas veinteañeros, melenudos y casi siempre malhumorados, solía citarse en el bar Palermo, del centro de Lima, a explayar sus sueños a golpe de tasas de café e interminables cigarrillos. Estaban contra todo y sólo creían en la poesía. Gestaban guerrillas literarias, despotricaban mediante panfletos, y publicaban sus poemas en mimeógrafo. Generación gregaria, que tendía a formar grupos o colleras, quien estaba fuera de ellas se condenaba al ostracismo, lo cual explica la postergación de algunos de sus más valiosos integrantes y la sobrevaloración de muchos de sus más mediocres exponentes. Su elegida marginalidad era su Némesis, y romper con ella significaba entregarse al enemigo. En este cuadro, empero, un día de noviembre de 1972, apareció La tortuga ecuestre, dispuesta a constituirse en la tribuna de las nuevas voces de la poesía peruana, abierta absolutamente a todas ellas, sin discriminar a ninguna. Su primera edición la plasmó su editor-fundador, Gustavo Armijos, en una mesa de aquel antiguo bar, reuniendo poemas de sus amigos más próximos. Y así empezó una aventura poética y editorial, de vida continua, ininterrumpida, inmune a todas las contingencias, sostenida sólo por la pasión y el sueño que la inspiraron. Su conjunto, que ya pasa de 300 ediciones, constituye actualmente el más completo registro de la poesía peruana escrito en ese periodo de tiempo, razón por la cual no hay poeta vivo en el Perú que no celebre su existencia.
Texto tomado del blog: http://latortugaecuestre.blogspot.com/
Viernes 23 de octubre a las 8:00 p.m.
en Jirón de
segundo piso (Lima centro).
Aniversario de
Alessandra Tenorio,
José Pancorvo,
Miguel Idelfonso,
Jimmy Marroquín,
Fernando Carrasco,
William Gonzales,
Héctor Ñaupari y
Gustavo Armijos.
¿MORIRÁ EL POETA?
Para Gustavo Armijos
De muerte,
morirá.
Solo, sólo él,
en un rincón del viejo cuarto,
con pedazos de pan duro,
cubriéndose de musgo y soledad.
Ahí, arriba,
vese descolgar una araña,
lentamente,
como pensando
(¿pensarán las arañas?)
cuándo ella también morirá.
La lluvia golpea el techo,
con dureza,
con iras contenidas y
aguas cristalinas.
El corazón del poeta late,
apresuradamente,
se desboca,
llegar al final,
gritar,
rumiadas cóleras de siglos,
después morir.
¿Morirá el poeta?
¡De muerte , morirá,
después vivirá!