Escritor, periodista y politólogo peruano comparte mil y una experiencias vividas en 11 países. Ha sido testigo presencial de transición democrática y terremoto en Haití.
“Así que estaba soñando, soñando con Liu Fiu Zhau, la chinita que me dio su amor en Beijing. Nunca olvidaré sus labios cuando decía «Liu Fiu Zhau» cuando le pregunté su nombre y sólo lo comprendí tras varias repeticiones. Sus labios se cerraron casi, y abrían muy ligeramente un redondel para dejar salir las sílabas Liu… Fiu… Zhau, casi podía verse salir las sílabas, escritas en caracteres chinos. «Speak, speak», le decía.”
El escritor y politólogo peruano, Alejandro Carnero, sorprende nuevamente al mundo literario con la presentación de su segunda obra titulada “Tanta Gente Extinta, Tanta Tinta Tonta”, donde comparte experiencias vividas por él mismo, en un mundo en que se entremezclan nacionalidades, edades y modos de vida heterogéneos, surtidos por la globalización y la liberalización de los últimos 50 años.
“Mi primer choque con una sociedad de no-consumo sucedió unos minutos después de llegar a la casa de la familia cubana en que me iba a quedar. Con cordialidad me sirvieron un vaso de un sucedáneo de Coca Cola, que entendí guardaban en la refrigeradora para ocasiones especiales. De esta manera, todo el gas se había ido de la botella hace rato y estaba asquerosa como sólo una gaseosa sin gas puede estar. Pero ellos no sabían que las gaseosas tenían gas”.
El autor nació el 2 de Agosto de 1972 en Lima. Ha vivido en once países. Escribió etnografías del 2000 al 2010 “algunas de casado, algunas de soltero, algunas aquí y algunas allá. Las crónicas no tienen latitud exacta; van desde Haití, a otros países latinoamericanos, comunidades ashánincas, países árabes hasta Corea del Norte”, comenta. Y de Jordania por ejemplo surge este párrafo:
“Empecé a notar que los hombres se burlaban de Marishöri y su hermana Schunna. Sonreían directamente de ellas, sobre ellas. Una entre media risa y risotada extraña que me confundió hasta que descubrí su tipo. Era la que uno tendría, por ejemplo, ante una persona que se siente muy importante porque luce joyas y un vestido pomposo, y quizá borracha maltrata a los meseros. Es decir la risa de quien quiere mostrar que es ridícula esa actitud ofensiva y fuera de las normas, y que a uno no le impresiona. ¿Cuál era aquí la ofensa? Mi esposa y mi cuñada estaban mostrando los brazos, desde los hombros. También el cuello y el pelo”.
Alejandro Carnero estudió filosofía. Habla francés, inglés, créole haitiano y árabe clásico. Miraflorino, casado con una asháninca, buena parte del libro trata sin embargo con el Perú y sus problemas, tal como se manifiestan en la vida cotidiana.
“El Perú ahoga su parte india, la repudia y omite. La inteligencia andina y amazónica se reprime en pos de una aculturación acelerada. Esto produce mestizos acomplejados, suspendidos entre la raíz tácitamente vetada y la compulsión por asimilarse como criollos. La indianidad se vive con suma tristeza. La choledad en una confusión que oscila entre amargura, hostilidad y superficialidad exacerbada. Desde la cuna, sea cual sea el lugar en que la vida lo haya ubicado, todo peruano identifica los márgenes en que el Perú lo incluye y lo excluye, según una matemática entre raza, clase y procedencia cultural”.
Alejandro Carnero ha sido colaborador de diversos medios de comunicación. Su primera novela la llamó “La Luna Llena de Días”.
“Odio todos los mundillos intelectuales, me irrita que la vida tenga que terminar en un seminario. Mallarmé decía que todo en el mundo existe para desembocar en un libro. Ya eso era bastante triste, pero es desolador que hoy todo desemboque en seminarios, en ponencias y en encuentros de «expertos». Es peligrosísimo. La clase intelectual ha creado su burocracia”.
Carnero destaca que en la actualidad hay una necesidad de referencias que el testimonio, la etnografía – en sentido amplio – llenan. “Como he sido filósofo, burócrata nacional e internacional, activista político ilegal, estudiante de variadas materias, desempleado, subempleado y viajero pasan acontecimientos y análisis mil en el libro pero también hay poesía, chats, textos de ficción y hasta una caricatura”, expresa sobre su más reciente trabajo. ¿Activista ilegal? Así lo deja ver en un largo capítulo sobre el fenómeno del terrorismo:
“En cierta ocasión cuya fecha no pienso revelar, llegué al llamado corazón de Bogotá, me subí a la estatua, quebré la espada y me la llevé. Yo. Mi madre la tiene en Lima, entre mis joyas, que son escasas. Aparte del simbólico instrumento recreado por Pietro Tenerani, un reloj de oro que Kim-Il-Sung, el Gran Líder de la Republica Popular Democrática de Corea regaló a mi familia (lleva su firma) y le compré a mi padre. La toma de la espada fue mi último y más logrado acto «terrorista».”
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