DE LA ANSIEDAD SERENA Y LAS ILUMINADAS AGUAS / Xavier Jordán
Gabriel Chávez me advirtió que este su nuevo retoño era un "hijo de los late thirties y de una ansiosa serenidad". Por supuesto que no le creí lo de la serenidad, faltaba más. ¿Cómo iba él a sumergirse en el territorio de la serenidad por más ansiosa que ésta se nos apetezca? Finalmente, a nuestros tardíos treinta, no existe mayor serenidad que nuestras ansiedades. Así que comencé a leer, con la serena ansiedad del caso, El agua iluminada y descubrí que no me había equivocado. Chávez era el mismo se que supo conocer en nuestros "early twenties". Sólo que más sereno y también ansioso.
Este poemario me llego como reminiscencias de lo desposeído. Grandes patios y grandes ollas de alimento. Cines viejos, mares calmos de tanto olvido. Abuelos y padres y madres y hermanos no nacidos. Una fugaz aparición de Thomas Mann, una carrera de Steve McQueen y una copa profunda de Dickens. El superlatvo ciego de Babilonia en todo lo descrito. La imposibilidad del Evangelio, el I Ching, las tercas tardes y las vastas lunas que no vivimos. Viejos tópicos con serenos pasos, sin atroces inocencias, sin exasperados ayes, sin más destino ni mañana que el hoy día. Y todavía sonrío cuando recueerdo la página en que leí su cita al "ahora que es entonces" y vino a mí, como soldado, un Terán, un Froment y un Burt Lancaster.
Poco reino es la nostalgia para definir el camino que trazan estas iluminadas aguas. Chávez juega a las escondidas entre el ligero aire de saudades que provocan sus pasados y su minucioso oficio de artesano de palabras.
Allí están su Richard Burton, su Liz Taylor y su San Lucas, arrimados seres a las aguas de una poesía clara y fresca, precisa a momentos, como navaja de hielo y, otras veces, enigmática y sorda a las bellaquerías de los barroquismos latinos.
"Quiere beber del agua / que lava la ceniza / de los ojos del mundo" dice Chávez en el primer verso de Bartimeo sueña y, en efecto, Bartimeo compone el mundo onírico de estas aguas que a veces son quietud y otras enrevesadas olas. Siempre ante la serenidad ansiosa de sus ayeres, cada imagen de este libro refleja al Narciso que contempla su figura, en las iluminadas aguas del placer de la poesía. Chávez dixit:
Una rendija
Y tomando barro de la acequia
el niño formó cinco pajarillos cuando nadie lo veía.
Se alisó entonces el cabello que le cubría la frente
tomó aire
sopló suavemente sobre ellos
y echaron a volar.
Tan preciso y mágico como esto, El agua iluminada transcurre a través de mí con la serenidad calmada de los tardíos treinta que me aquejan y me ponen en la ruta del placer de estar aquí, hablando de Chávez y de Steve Mcqueen.
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