Doctora en Química-Física y Analítica de la Universidad de Florida en Gainesville, y desde 1975 es catedrática de La Universidad de Puerto Rico en Mayagüez.
Es miembro de la junta editorial de la Revista Cultura del Instituto de Cultura de Puerto Rico y de la Revista El relicario
Colabora con la Revista Diálogo, de la Universidad de Puerto Rico. Además es miembro fundadora de una orquesta Sinfónica, en Mayagüez, y de otras organizaciones Altruistas.
Tiene en su haber numerosos trabajos publicados en investigación en ciencias, como también en el área de la literatura.
Trato de mirar y no me encuentro los ojos; en su lugar: dos cuencas de fuego. Estoy ardiendo en llamas, muerta de espanto. Rayos y maldiciones me envuelven, y les oigo reír, gritar mi nombre, mofarse de las veces en que tuve buenas intenciones y fallé.
Las mentiras se convierten en cadenas que me arrastran agarrándome el cabello largo, largo. No tengo fuerzas, pesa mucho mi cuerpo, enredado en el rencor y los prejuicios. Los gritos, cada vez más ensordecedores, se convierten en cuerpos ponzoñosos. Las garras afiladas me hacen surcos profundos, dejando ver las vísceras. El corazón está seco, cubierto de raíces.
Palpo este cuerpo en convulsiones y espasmos. Lo reconozco, es el mío. Estoy entre la cruz y el vientre de Luzbel. Hablo lenguas, de mi garganta salen alaridos roncos y en espirales se disuelven sobre el altar.
Siento una presencia. No puedo ver, está ahí, puedo tocar sus alas. Me cubre con inciensos y lucha por arrancar de mí los mil demonios que me atormentan. El olor a azufre me penetra hasta la garganta y un áspero ardor me nubla aún más el sentido.
Lucho por besar la cruz que me ofrece. No puedo. Me arrastro poseída, trato de apartar las sombras, tocar al ángel. Me aferro a sus manos y en vano trato de incorporarme. Es entonces que recuerdo el momento de mi nacimiento. Me veo envuelta en la sangre materna, y en los ojos todo el azul del cielo se mezcla con los aromas de la noche.
Algo susurra en mis oídos cantos gregorianos, me elevan ante un trono majestuoso. Desde una luz lejana una voz diamantina se escucha cuando dice: estaba escrito, no lograste amar. Es entonces cuando caigo muerta. Nunca se logró el exorcismo.
Carmen Amaralis
1 comentario:
José, le agradezco profundamente la divugación de este relato Exsorcismo, esperando que quienes lo lean se beneficien del mensaje intrínseco. Un abrazo afectuoso desde Puerto Rico, Carmen Amaralis
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