BRAMANDO COMO
EL RÍO
A José María Arguedas Altamirano
ROGER GARCÍA CLAVO
PERÚ – 2011
I
Podrán lanzarte todas las lenguas
escupidas de un sistema;
hasta hacernos recordar tu niñez de pongo
consolado por los árboles
a la orilla del río.
Río que brama como hombre herido,
como animalillo sin dueño
o pequeño a la hora de la cocina,
que alrededor de las cenizas
va encendiendo con lo que quedaba del pan,
el amor al Pueblo;
II
Con tus llanquis híbridos
en el barro que nos dejaron,
ibas escribiendo las ideas,
madres de tu llanto,
del campesino y del pescador.
Tu queja de becerro,
zurriado por el Cutu
dura más de cien años en nuestros corazones,
más de lo que las causas
esperan de las flores del jardín
que nunca te pertenecieron.
Pero a escondidas
ahí cerca del río
entre los maizales y papales
ha quedado tu escritura como un cause,
como un jardín de horizontes
para tus hermanos
de danza
y consternación.
III
José María
viajaste tanto
para definir la frescura del campo
pisoteado y empañado a más de un siglo;
metáfora de todo éxodo,
de toda peste innatural
a la hora del sueño
o de la muerte.
En ese transe
fuiste contra la sombra
a la hora de la claridad,
y caminando
contra la esclavitud de la sonrisa
llegaste a la galera, al Sexto,
donde las ratas seguramente
tuvieron mejor privilegio
que la libertad.
El frío, José María,
pasó el número de tus manos
sobre tu frente de hombre
originario de los hombres
hasta consultar con los dioses
tu rabia y tu amor por el gavilán.
IV
José María
en nuestro corazones
permanece la ilusión de un pueblo embellecido
que tú soñaste;
está insistente con la danza de los árboles
macheteados y esculpidos
que tú un día sembraste
echando al despeñadero
los nidos del gallinazo,
con todo lo humillado.
Cómo habrás festejado
al momento de ver el cielo ennegrecido
sobre la cabeza del cacique,
pidiendo casi de rodillas, casi religioso,
que le parta un rayo
desde su corona
hasta las entrañas ultrajantes
de los necesitados.
Cómo habrás esperado la última luz
para maniatar el pan con tu lengua
y repartirle entre las trenzas jaloneadas
a la hora del afonía de las yerbas
y del grito innecesario.
ghui V
Estamos recordando tu voz
casi quebrada con el yaraví y la quena.
Estamos mirando tu rostro definitivo
para que en el momento indicado
alcemos el puño tempestuoso
y defender la frescura de una historia
aplazada entre las piedras y el río.
Estamos viendo el color de tus ropajes
a la hora de la fiesta,
a la hora de tu llanto con las estrellas
y a la hora de tu amor por la mujer y la tierra.
Estamos hablando de tus ideas
y de tus hermanos;
de aquellos que bajaron como cóndores
para sangrar el lomo del caballo.
Estamos aquí palanqueando nuevamente
la utopía de los pájaros
para escapar del hambre
y volar sobre los caminos,
sobre los ríos y el mar.
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VI
Bramando como el río
te afanaste a no regresar de tu llanto,
a no retroceder con tu amor y tu amargura
por nuestros corazones andeneados
de reposo e inquietud en la siembra.
Tronando como trompo te desplazaste
sobre los hombros de los niños
desponchados en el frío,
casi con los pies engranados
en la pelota de trapos;
pero también al borde de la cintura
el sollozo de tu ausencia
y el gemido de la madera.
VII
Padre Apu Mayu,
tu hijo vivió entre los hombres,
entre el colibrí y el cóndor;
danzando con la antara
debajo de los rosales
y los puentes zapateados
de adioses y euforia
al otro margen del río.
Ahí, en el pastoreo,
las rocas enmudecieron con el látigo
hasta que las mantas
más coloridas que el arcoíris
fueron tapando los cerros
con voces compuestas de esperanza.
Padre, tu fuerza de torrente
dicto a tu hijo, a tu hermano,
la canción de los corazones
que mantuvo al campo y al trigo
en el verdor y la persistencia de nuestros ojos
casi prohibidos a la gratitud de la tierra.
Pero tu bordado mandil de pájaros
hizo volar las retamas
a nuestros fogones
llenos de espera contra el agravio;
porque antes de ti,
tampoco fue fácil la vida.
VIII
Muchos no estuvimos a la hora de tu muerte,
pero nos duele la blancura de la lumbre
que habita tiritando en el vestigio
labrado por el fuego
hace más de cien y quinientos años.
Te fuiste primero,
para advertirnos
que viviste como los hombres
de chuyo y sombrero
huecos con la lluvia y los besos.
Te fuiste danzando
con el brillo de la tijera
y cortando con su acero
los cercos de nuestro pueblo,
tu pueblo atravesado
por el poco a poco de una apetencia
de sangre y suelo.
IX
Contigo aprendimos a cantar la poesía de los ríos.
Contigo los hombres tristes,
aquellos de ojotas de cuero
y carne descalabrada en la arriería y la siembra;
aquellos que amarraron su cintura
con cancha y trapos retaceados;
aquellos que quemaron su piel
en la oscuridad de las minas y sobre el frío;
aprendieron a mirar el sol,
más allá de las abras, de los pasos y desfiladeros.
Contigo aprendieron a cortar el llanto las tijeras,
allá en las lomas
y la sangre desparramada por la patria.
Nos enseñante a decir
al hombre acaballado
con el amor de los errajes y la iglesia
que Dios es un hombre danzando
gozoso del violín, el arpa y la quena.
Contigo,
hoy se eleva el clamor de la quina,
la quinua y el machete
en cualquier ciudad, casi Lima,
hasta ensartar en nuestros corazones
el agua y la sonrisa
callada en estos días.
X
José María,
nada a cambiado desde la hora
en que quitaron a tu madre de tu camino.
Ni siquiera después de tus desvelos
viste el abrigo de los cautivos,
ahora los salvos ,
aquellos zánganos que matan al ganado
con el arado entre las raíces
tampoco descifran tu obra
en el parlamento.
XI
El momento que más necesitaste
alguien te abandonó con el pretexto,
de que los bueyes se enredaron
y te dejó con los cernícalos
que comen nuestra niñez
y nuestros fantasmas
llenos de palabras
y de luz desgranada en las espaldas.
Te dejó
con el incendio de todas las sangres
junto a los quijanos,
a los matos mar,
los favre
y a los bravo bresani;
perros hambrientos de la ternura
y de los huesos sonoros de tu escritura.
Con el tiempo
la sonrisa fue el engaño de tu muerte
y de nuestro dolor
que a puntillas nos hace menoscabo.